Con la salida de Roberto Rodríguez Marchena del Palacio Nacional el 16 de agosto de 2020, también se fue una época de respeto, cortesía y trato digno hacia los periodistas, técnicos, locutores, productores, blogueros y demás profesionales de la comunicación que día a día cubren la fuente de la sede del gobierno dominicano.
Marchena, quien fuera vocero del Gobierno y director de comunicaciones durante la gestión del expresidente Danilo Medina, supo ejercer su rol con cercanía humana, visión política y sentido institucional. Para él no existían medios grandes ni pequeños: solo medios. Cada comunicador, sin importar si venía de una cabina rural, de un canal digital o de una emisora comunitaria, era recibido, escuchado y tomado en cuenta.
El trato que ofrecía era fino, respetuoso y equilibrado. Compartía con comunicadores de todo el país, conocía a los productores de televisión, a los blogueros independientes y a los reporteros locales por su nombre. Marchena no excluía, integraba. Y aunque no todos podían recibir grandes presupuestos, los pequeños empresarios de la comunicación sabían que, al menos, una mención, una cuña o una colaboración publicitaria les llegaría. Había equidad y una voluntad de que todos pudieran sobrevivir en el competitivo y a veces desleal mundo de los medios.
Durante su gestión, todos los medios de comunicación tenían un parqueo asignado dentro de la sede del gobierno. No existía restricción para caminar libremente por el Palacio Nacional. Los reporteros contaban con una sala de redacción equipada con varias computadoras, aire acondicionado, internet, impresora y botellero de agua. Además, todos los periodistas —sin importar si eran comunicadores críticos o controversiales— podían viajar con el mandatario en sus recorridos nacionales e internacionales.
Cada año, el Día del Periodista, el presidente saludaba personalmente a los miembros de la prensa, y en Navidad se realizaba un encuentro especial de alto nivel, incluyendo a los trabajadores de los medios. Nada de eso ocurre hoy.
La realidad es otra. Los periodistas que cubren el Palacio Nacional muchas veces se sienten marginados, ignorados y hasta vigilados. El respeto ganado con años de trabajo se ha diluido en la indiferencia de algunos funcionarios que, lejos de valorar el rol de la prensa, la ven como un estorbo. La comunicación gubernamental parece haber olvidado que informar, dialogar y reconocer a los comunicadores es parte esencial de la democracia.
Aunque ya no está con nosotros en vida, Roberto Rodríguez Marchena vivirá para siempre en su legado. El país ha perdido a un hombre de valor, a un ser humano extraordinario, a un verdadero director de comunicación. Siempre cercano a todos sus colaboradores, los veía como seres humanos, no como simples piezas o chatarras. Su trato humano, su sensibilidad social y su profundo respeto por la labor comunicacional marcaron una diferencia que hoy, más que nunca, se extraña.
Desde esta tribuna, rendimos homenaje a su memoria y llamamos a que su ejemplo sea retomado por quienes hoy dirigen la comunicación del Estado. Porque sin respeto a la prensa, no hay transparencia; y sin transparencia, no hay democracia.
Por Logan Jiménez Ramos | Consultor en Comunicación Política | Magíster en Diplomacia y Derecho Internacional | Periodista | Docente.