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Mediocridad y abuso dentro del tren gubernamental

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Logan Jimenez Ramos
Logan Jimenez Ramoshttps://lavozsincensura.com
Consultor en Comunicación Política, Relaciones Públicas, Periodista, Magister en Diplomacia y Internacional y Docente.

En un hecho que refleja la cara más oscura del poder, un jefe dentro del tren gubernamental decidió humillar a uno de sus subalternos, “hacerle pesar la cabeza” y, en un acto de absoluta arbitrariedad, cancelar casi por completo el equipo de trabajo que este lideraba.

¿El motivo? El funcionario no hizo otra cosa que ser amigo cercano de la figura más poderosa de la nación. Esa sola relación bastó para despertar celos, resentimientos y un acto de retaliación que habla más de inseguridad personal que de verdadera capacidad de liderazgo.

Este episodio no es un simple incidente administrativo ni una anécdota menor. Es un síntoma de la peligrosa cultura que aún persiste en las entrañas del Estado dominicano: la del jefe que se cree intocable, que confunde autoridad con autoritarismo y que utiliza el cargo como un látigo en lugar de ejercerlo como un espacio de servicio. Una cultura que degrada la función pública, siembra miedo en los equipos de trabajo y convierte las instituciones en feudos de intereses personales.

El poder mal ejercido

El filósofo griego Sócrates advertía que “el poder no debe ejercerse para servirse de los hombres, sino para servirles”. Cuando se invierte ese principio, lo que surge no es liderazgo sino tiranía. La humillación pública y la destrucción de un equipo de trabajo por razones personales revelan más debilidad que fortaleza, más miedo que autoridad.

En esa misma línea, Séneca recordaba que “todo poder desmedido nace de la debilidad”. Y lo que hemos visto es precisamente eso: un débil que necesita aplastar para sentirse fuerte, un funcionario que carece de legitimidad y recurre al atropello como único recurso para afirmarse.

El pensador francés Michel Foucault explicaba que el poder no es un objeto que se posee, sino una red de relaciones que se ejerce. Bajo esa lógica, un verdadero líder comprende que el poder no es un botín personal ni una herramienta de venganza, sino una responsabilidad compartida. Cancelar un equipo por celos o inseguridad es la antítesis de la gestión pública moderna, que debería ser inclusiva, participativa y orientada al bien común.

Incluso Maquiavelo, tan pragmático y cuestionado en sus reflexiones sobre el poder, advertía que un príncipe debía evitar ser despreciado y odiado. El odio y el desprecio se siembran justamente cuando las decisiones se toman desde la arbitrariedad, la soberbia y la megalomanía.

Mediocridad en el tren gubernamental

La mediocridad y la megalomanía se hacen evidentes cuando un superior recurre a la humillación como mecanismo de control, destruye equipos eficientes y genera un ambiente laboral marcado por el miedo y la incertidumbre. Es el tipo de gestión que ahoga la creatividad, silencia la crítica y convierte a los empleados en simples piezas reemplazables.

Este tipo de prácticas no solo afectan a los directamente implicados, sino que envían un mensaje nefasto a toda la estructura gubernamental: que el mérito y la capacidad valen menos que la adulación, que la cercanía con la figura de poder supremo puede ser tanto un privilegio como una maldición, y que las instituciones públicas pueden ser usadas como armas de retaliación personal.

La administración pública debería ser un espacio donde prime la profesionalidad, el respeto y la eficiencia. Sin embargo, cuando en el tren gubernamental se instalan jefes que actúan con pequeñez y resentimiento, lo que se erosiona no es solo la moral de los equipos, sino la confianza de toda una sociedad en su gobierno.

El liderazgo que necesitamos

Un verdadero líder no teme al talento de sus colaboradores, no castiga las relaciones personales ni menos aún utiliza la cercanía de alguien con la máxima figura del país como excusa para arruinar carreras profesionales. Por el contrario, lo asume como una oportunidad para fortalecer la institución y demostrar que en el Estado se gobierna con grandeza, no con caprichos.

El tren gubernamental necesita conductores con visión, respeto y madurez. Como diría Platón, “el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres”. Y hoy, más que nunca, la nación no puede permitirse ser conducida por los peores: los inseguros, los autoritarios y los mediocres que se visten de jefes, pero que carecen de toda estatura moral y ética para liderar.

Reflexión final

Cuando un funcionario humilla a un subalterno y destruye su equipo de trabajo por simples celos, no está mostrando poder: está mostrando miedo. No está defendiendo la institucionalidad: está destruyéndola. No está siendo líder: está siendo verdugo.

Porque cuando el poder se utiliza para aplastar, lo único que florece es la decadencia. Y esa decadencia no es solo del jefe mediocre y megalómano, sino de todo el tren gubernamental que lo permite.

Por: Logan Jiménez Ramos
Magíster en Diplomacia y Derecho Internacional – Periodista, Magister en Comunicación Politica Avanzada, y Docente.

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