En un mundo cada vez más dominado por la tecnología y el razonamiento científico, muchas personas tienden a pensar que la fe debe basarse en evidencias tangibles y comprobables. Sin embargo, la fe verdadera no descansa en pruebas visibles, sino en una confirmación espiritual que proviene del Espíritu Santo, como lo enseña tanto la Santa Biblia como el Libro de Mormón.
El apóstol Pablo lo explicó claramente en su carta a los Hebreos:
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).
La fe no busca pruebas físicas; más bien, es un principio de poder y esperanza que impulsa al ser humano a confiar en Dios aun cuando no tenga todas las respuestas. En el Libro de Mormón, el profeta Alma enseñó algo similar cuando dijo:
“Y ahora bien, como decía acerca de la fe: la fe no es tener un conocimiento perfecto de las cosas; por tanto, si tenéis fe, tenéis esperanza en cosas que no se ven, y que son verdaderas.” (Alma 32:21)
Ambas escrituras coinciden en que la fe no es una ciencia exacta, sino un don espiritual que se fortalece con la obediencia, la humildad y la experiencia personal con lo divino.
La religión y su papel en la vida humana
Desde los tiempos antiguos, la religión ha desempeñado un papel central en la vida de los pueblos. Fue la guía moral, el fundamento de las leyes y la fuente de esperanza en medio de las adversidades. Moisés guió al pueblo de Israel con fe en Jehová, los profetas anunciaron la venida del Mesías, y los apóstoles continuaron su obra tras la resurrección de Cristo.
En la actualidad, la religión sigue siendo un refugio espiritual y emocional para millones de personas. En medio de las crisis económicas, la inseguridad y la desconfianza social, la Fé ofrece dirección, consuelo y propósito. Como enseña el Salvador:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28)
Sin embargo, hoy existen sectores, incluidos políticos y personas adineradas, que buscan transmitir un mensaje desmotivador, intentando que los feligreses se enfoquen solo en hacer el bien y dejen de congregarse. Estas voces provienen muchas veces de la amargura y la falta de enfoque en hacer las cosas bien, y no deben ser escuchadas. Hablan desde su frustración, sin aportar a la construcción del bien común, y su influencia suele generar controversias innecesarias en medios y redes sociales.
La religión organizada actualmente desempeña un rol vital en la estabilidad emocional y espiritual de millones de personas, ofreciendo más beneficios que muchos hábitos nocivos como el uso de sustancias controladas, el alcohol, el cigarrillo, o la búsqueda de diversión en centros de entretenimiento que muchas veces producen más daño que la práctica religiosa.
Hoy más que nunca, debemos defender la religión organizada, transmitir amor a los demás y fortalecer la unidad familiar y la doctrina de Cristo. Es importante reconocer que los poderes fácticos ponen su mirada en debilitar la familia, la doctrina y las iglesias, por lo que la vigilancia y la acción positiva en la fe se vuelve esencial.
La Iglesia organizada por Jesucristo
Jesucristo no solo predicó el evangelio, sino que también organizó Su Iglesia sobre la tierra. Lo hizo con un propósito claro: mantener la doctrina pura y guiar a sus discípulos bajo autoridad divina. En el Evangelio según Mateo, Él dijo a Pedro:
“Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” (Mateo 16:18)
El Libro de Mormón confirma esa misma verdad, enseñando que Cristo, después de Su resurrección, también organizó Su Iglesia entre los pueblos del continente americano, llamando doce discípulos y estableciendo orden en el sacerdocio:
“Y aconteció que Jesús habló a sus discípulos, diciendo: Así como os he llamado para que me sigáis y seáis mis discípulos, de igual manera llamaréis a otros para que se bauticen en mi nombre.” (3 Nefi 11:22-23)
La verdadera Iglesia de Cristo, por tanto, debe estar organizada con profetas, apóstoles, maestros y evangelistas, tal como señala el apóstol Pablo:
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros.” (Efesios 4:11)
Esa estructura no es una invención humana, sino una organización divina con el propósito de perfeccionar a los santos y mantener la unidad de la fe.
Conclusión
La fe no se mide con microscopios ni se demuestra en laboratorios. La Fé se vive, se siente y se confirma en el corazón por medio del Espíritu Santo. La religión organizada ofrece estabilidad, dirección y protección frente a los ataques de la sociedad secular y los poderes fácticos.
Hoy, más que nunca, la sociedad necesita recordar que la Fé no se opone a la ciencia, pero trasciende los límites de la razón. La ciencia explica el “cómo”; la Fé revela el “por qué”. Y en esa armonía espiritual radica la verdadera grandeza del ser humano.
Logan Jimenez Ramos
Periodista, Magister en Comunicación Política Avanzada, Magister en Diplomacia y Derecho Internacional, licenciado Relaciones Públicas, y Docente.