Una llamada a la acción para construir un futuro inclusivo
La brecha digital es un concepto que, a menudo, se percibe como un problema técnico. Sin embargo, al observarlo desde una perspectiva más humana, se convierte en una historia de oportunidades perdidas y sueños truncados. En la República Dominicana, esta brecha no solo se refiere al acceso a internet, sino también a la inclusión y el desarrollo.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (ONE), en 2021, aproximadamente 40% de la población rural no tenía acceso a internet, en comparación con solo 12% en áreas urbanas. Esta dualidad crea un ecosistema donde el conocimiento y la información fluyen para algunos, mientras que otros quedan atrás, atrapados en un presente que les impide soñar con el futuro.
Durante la pandemia de 2020, muchos estudiantes enfrentaron una dura realidad. De acuerdo con un estudio del Ministerio de Educación, más de 600,000 estudiantes en el país no contaban con dispositivos adecuados para continuar su educación a distancia. Aquellos con acceso a dispositivos y buena conexión pudieron seguir aprendiendo desde casa, mientras que sus compañeros, sin las mismas oportunidades, se vieron obligados a detener sus estudios. Aquí, la brecha digital no solo se traduce en un acceso desigual a la educación, sino en la creación de una generación con posibilidades marcadamente diferentes. ¿Qué pasará con estos jóvenes en el futuro? ¿Qué impacto tendrá esto en el desarrollo del país?
Consideremos el caso de un joven emprendedor en una comunidad rural que tiene una idea brillante para un negocio, pero carece de acceso a internet para investigar y promocionarse. Un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) destaca que el 60% de las pequeñas y medianas empresas (PYMES) en el país no tienen presencia en línea. La economía digital tiene el potencial de transformar vidas, pero para muchos, este potencial sigue siendo un sueño inalcanzable. La pregunta es: ¿qué oportunidades estamos dejando escapar al no abordar esta brecha?
Es importante señalar que la brecha digital también silencia voces. En un mundo donde la información es poder, aquellos sin acceso quedan fuera del diálogo social y político. La participación ciudadana se ve limitada, y la desinformación encuentra un terreno fértil. Un estudio de la Fundación Juan Bosch revela que solo el 30% de la población en áreas rurales participa en actividades cívicas, en comparación con el 60% en zonas urbanas. ¿Cómo podemos construir una democracia sólida cuando una parte significativa de la población no tiene acceso a la información que les permita tomar decisiones informadas?
A lo largo de mi vida, he sido testigo de cómo la tecnología puede empoderar a las personas. Recuerdo una charla con un grupo de estudiantes de una comunidad rural; sus ojos brillaban al hablar de sus sueños, pero su realidad era amarga. Para ellos, un simple acceso a internet podría ser el primer paso para abrir un mundo de posibilidades. Reflexionar sobre estas interacciones me lleva a entender que la brecha digital no es solo un problema técnico, sino un desafío ético y moral.
En conclusión, cerrar la brecha digital en nuestra nación requiere un esfuerzo conjunto. El gobierno central, las empresas y la sociedad civil deben trabajar en colaboración para crear un entorno donde la tecnología sea accesible para todos. Esto incluye mejorar la infraestructura, ofrecer capacitación y garantizar que el costo de acceso a internet y dispositivos sea asequible.
La brecha digital en nuestro territorio es un reflejo de nuestras desigualdades. Sin embargo, también representa una oportunidad para construir un futuro más inclusivo. Si logramos crear un puente entre quienes tienen acceso a la tecnología y quienes no, no solo estaremos cerrando una brecha, sino abriendo un camino hacia el desarrollo y la igualdad.
Por Logan Jiménez Ramos, periodista