En los departamentos de Comunicación y Relaciones Públicas de los cuerpos castrenses se vive un fenómeno que pocas veces se aborda con franqueza: no todo el que está presente está realmente ocupado. La disciplina militar, que debería garantizar eficiencia, muchas veces convive con una dinámica institucional donde la presencia física sustituye al trabajo estratégico, y donde asistir a reuniones se confunde con cumplir la misión.
La comunicación castrense exige precisión, prontitud, coordinación y capacidad de respuesta, pero en numerosas ocasiones el día a día se convierte en una sucesión de reuniones donde se exponen temas sin asignar responsabilidades claras ni generar productos comunicacionales concretos. La asistencia se cumple; la misión comunicacional, no siempre.
Esta brecha entre “estar” y “hacer” constituye uno de los mayores retos para la comunicación militar del siglo XXI. En un entorno social donde la población espera transparencia, información oportuna y mensajes institucionales confiables, el silencio o la lentitud comunicacional terminan afectando la imagen, la credibilidad y el prestigio histórico de la institución.
Como bien plantea James Grunig, uno de los teóricos más influyentes en Relaciones Públicas, la comunicación institucional debe ser estratégica, planificada y basada en resultados; no en actividades improvisadas ni en protocolos vacíos. Este principio es aún más relevante en las Fuerzas Armadas, donde cada mensaje tiene un peso operativo y simbólico.
A esa realidad se suma una situación que resulta incomprensible desde cualquier perspectiva profesional: ¿cómo es posible que el director, los subdirectores, los asistentes y prácticamente todos los integrantes del departamento estén reunidos al mismo tiempo, dejando sin atender llamadas de medios de comunicación o periodistas que requieren información urgente? Esta desconexión operativa revela una falta de planificación que afecta directamente la misión institucional.
Un medio que no obtiene respuesta no solo percibe ineficiencia, sino que puede asumir silencio, desinterés o falta de coordinación, lo cual debilita la relación estratégica entre la institución y la opinión pública. Una comunicación militar que no responde es una comunicación que se desconecta de su razón de ser.
Detrás de este problema existe también un impacto humano profundo. Profesionales comprometidos, con ideas y habilidades valiosas, a menudo se frustran frente a estructuras donde la iniciativa se diluye entre burocracia, falta de claridad y ausencia de liderazgo comunicacional. Esa realidad desmotiva, desgasta y limita la capacidad de innovar. No obstante, esta situación no es irreversible. Se requiere, más que disciplina, una verdadera cultura de comunicación orientada a resultados y no a rituales administrativos.
La aplicación de un sistema de comunicación por objetivos, inspirado en el enfoque de Peter Drucker, podría convertirse en un cambio trascendental: metas claras, responsables definidos, indicadores medibles y resultados verificables. Igualmente, el uso de protocolos de reuniones basados en resultados, tal como recomienda la International Association of Business Communicators (IABC), garantiza que cada encuentro concluya con acuerdos tangibles y compromisos reales. Una reunión sin propósito, sin tareas asignadas y sin acta final, deja de tener utilidad en la estructura militar.
De igual forma, la capacitación continua es clave. Organismos como el NATO Strategic Communications Centre of Excellence insisten en que los equipos militares deben recibir formación en manejo de crisis, estrategias digitales, vocería institucional e inteligencia comunicacional. Un personal actualizado y entrenado responde mejor, más rápido y con mayor precisión, reduciendo la improvisación y aumentando la eficacia.
Las mejores prácticas internacionales también muestran que la creación de células de comunicación operativa —implementadas en Fuerzas Armadas como las de Estados Unidos, Colombia y México— permite tener equipos ágiles, con capacidad de respuesta inmediata y flujo directo de información verificable. Estos sistemas sustituyen el modelo vertical y lento por uno dinámico y funcional. Al mismo tiempo, metodologías modernas como Scrum o Kanban ayudan a visualizar el avance real de cada tarea, identificar retrasos y garantizar que todos los miembros del equipo estén verdaderamente cumpliendo con sus responsabilidades.
A todo esto se suma un elemento crucial: la comunicación debe ser institucional, pero también humana. Kent y Taylor, referentes del diálogo en Relaciones Públicas, señalan que la comunicación auténtica surge del respeto, la apertura y la empatía. En los cuerpos castrenses, esto implica mostrar no solo el uniforme, sino también la vocación, la solidaridad y la humanidad que caracterizan a las Fuerzas Armadas. La población conecta mejor con instituciones que se muestran cercanas, transparentes y presentes en sus momentos de necesidad.
El desafío es evidente: los cuerpos castrenses necesitan pasar de la reunión a la ejecución, de la presencia física a la productividad real, del silencio institucional a la comunicación estratégica. Modernizar la comunicación militar no es un lujo ni un capricho; es una necesidad de seguridad nacional, de transparencia y de fortalecimiento de la confianza pública. Solo cuando se comprenda que la comunicación es tan operativa como cualquier misión militar, será posible construir instituciones más fuertes, más claras y más conectadas con el pueblo dominicano.
Logan Jiménez Ramos
Periodista, licenciado en Relaciones Públicas, Magister en Comunicación Política Avanzada, Magister en Diplomacia y Derecho Internacional, y Facilitador Docente de Marketing, CEO del multimedio La Voz Sin Censura.




