En la actualidad, la República Dominicana enfrenta el gran desafío de equilibrar su crecimiento económico con un desarrollo verdaderamente sostenible e inclusivo. En ese contexto, surge una reflexión importante: ¿qué pasaría si el Banco de Reservas, en lugar de concentrar su gestión en la rentabilidad financiera, decidiera invertir de manera estratégica sus ganancias en sectores clave como la agricultura, la salud, la educación, el empleo de calidad, el emprendimiento y la industrialización nacional?
Hoy vemos con preocupación que gran parte de los recursos del Banreservas se están destinando al sector turístico, principalmente a la construcción y financiamiento de hoteles, muchos de los cuales están en manos de grandes marcas internacionales. Estas cadenas, al final, son las que controlan la operación y los beneficios, mientras que el Estado asume el riesgo financiero y la inversión inicial. Con el tiempo, esos hoteles terminan vendiéndose a precio de ganga —“por tres pesos”, como dice el pueblo—, quedando el patrimonio nacional en manos extranjeras.
Si en lugar de eso, el Banco de Reservas destinara una parte significativa de sus utilidades a fortalecer la producción agrícola, estaríamos ante una revolución en el campo dominicano. La inversión directa en tecnología agrícola, sistemas de riego, capacitación de productores y modernización de la cadena de distribución permitiría garantizar la seguridad alimentaria del país y reducir la dependencia de las importaciones, generando miles de empleos rurales dignos y frenando la migración del campo a la ciudad.
En materia de salud, una inversión dirigida a mejorar hospitales, adquirir equipos modernos y fortalecer la atención primaria se traduciría en una mejor calidad de vida para millones de dominicanos. Además, podría crearse un fondo de innovación para el desarrollo de medicamentos y programas de prevención que reduzcan los altos costos de atención médica.
En el ámbito educativo, el apoyo del Banreservas podría convertirse en el motor del progreso. Financiar proyectos de infraestructura, becas, capacitación docente y tecnología en las aulas significaría preparar a una nueva generación de jóvenes con las competencias necesarias para enfrentar los retos del siglo XXI.
Asimismo, si el banco estatal promoviera el emprendimiento y la creación de empleos de calidad mediante fondos de crédito blando para pequeñas y medianas empresas, startups y proyectos comunitarios, estaría impulsando la innovación y la movilidad social. Con ello, el país pasaría de una economía basada en el consumo a una centrada en la producción y el talento nacional.
Finalmente, una apuesta seria por el desarrollo industrial permitiría transformar nuestras materias primas en productos de alto valor agregado, aumentando las exportaciones y reduciendo la dependencia externa.
El Banco de Reservas no solo tiene la capacidad económica para hacerlo, sino también la responsabilidad histórica de ser un instrumento de transformación social. Sus ganancias, reinvertidas con visión de futuro, podrían convertirse en el motor del desarrollo sostenible que tanto necesita la República Dominicana.
El futuro del país no debe seguir hipotecándose en inversiones que benefician principalmente a corporaciones extranjeras. El verdadero progreso nacerá cuando el dinero del pueblo trabaje para el pueblo.
Logan Jimenez Ramos
Periodista, Magister en Comunicación Política Avanzada, Magister en Diplomacia y Derecho Internacional, licenciado Relaciones Públicas, y Docente.